Según sugieren los escasos testimonios disponibles, el batir tambores en la ciudad de Mula se remontaría más allá de principios del siglo XIX, tal vez se fuese gestando durante el primer tercio de esa centuria.
Y no es que en Mula el toque de esas cajas de piel fuese desconocido, no, pues desde el siglo XVI, la milicia de la entonces villa, constituida por los hombres útiles de 18 a 50 años, y mandada por un capitán de a caballo y otro de a pie, poseía atambores que, fuertemente golpeados, marcaban el son en sus entradas en combate, sobre todo cuando debía de acudir a la costa entre Cartagena y Mazarrón, a defenderla de los ataques de los corsarios berberiscos.
También era corriente hacer sonar tambores cuando se quería comunicar algo importante a la población, por voz del pregonero, caso de las fiestas organizadas en la villa en 1.605 por el nacimiento del futuro Felipe IV. En las cuentas de esos regocijos, se dice textualmente: 'Yten çinco reales que se pagaron a dos tambores por esta Xristobal Rodríguez pregonero porque la noche del dicho pregón dieron buelta por esta villa tocando caxas y hechando el dicho bando'. Y es que hacer ruido, era un buen sistema para atraer la atención de la gente, en la tranquila localidad.
Durante el siglo XVIII no se rastrea en Mula la menos mención a la costumbre de tocar tambores en los papeles del Archivo Municipal, y eso que en esa época ilustrada, todo se intenta orientar desde el Gobierno para conseguir la salud del pueblo. Epoca en que se atacan las supersticiones -recuérdese lo escrito por el Padre Feijoo- y se abomina de diversiones malsanas, que nada ayudaban a la felicidad de la gente y podían ser una burla a la religión, so color de hacerse en fechas señaladas del canlendario católico.
Los regidores muleños, como los de tantos lugares de España, dan en esa centuria ordenanzas para las cosas más peregrinas, sin embargo, no nombran, siquiera para ser regulada, la costumbre de tocar tambores, síntoma palpable, a nuestro entender, de que aún no existía, pues sería impensable que en los completos ordenamientos concejiles de entonces no se hiciese alusión a un acontecimiento como la tamborada, tan ruidoso, en un tiempo tan señalado para el católico, cual es la Semana Santa.
Nuestra particular hipótesis es que los tambores de Mula son hijos de algún tipo de protesta. Protesta contra la íntima unión del poder civil y el religioso en un momento en que, luego de la firma del Concordato de 1.851, la Iglesia española veía reconocida, tras el divorcio del Estado (debido a las desamortizaciones de años antes), su derecho a velar por la pureza de la doctrina de la fé y de las costumbres.
Los católicos asistieron entonces, a un renacimiento de la tradicional religiosidad del país, que volvía a impregnar todas las capas de la sociedad, intentando que las leyes estuviesen en consonancia con lo dispuesto por las doctrinas de la Iglesia Romana. Muchas de esas disposiciones debieron imponerse a la fuerza, a veces a base de multas, a la gente sencilla, aunque los legisladores actuasen en nombre del pueblo.
Bastante de esos dictámenes de la cultura superior, de la cultura burguesa, chocaron con lo sentido por la mayoría, de tal modo que, en múltiples ocasiones, se asistió a duros encuentros entre religiosidad, hija de su cultura, y la popular, perdiendo ésta casi siempre las 'batallas', mas haciendo notar su desacuerdo por medio de diversos actos de resistencia pasiva, los cuales solían poner nervioso al poder establecido.
En estas coordenadas situamos nosotros la formación de lo que hoy es la tamborada, ya que en las ordenanzas municipales de 1.859, se recogen disposiciones que si a aquellos hombres debieron de parecerles exageradas, al lector del siglo XXI, lo dejan con la boca abierta. Así, leemos en el apartado segundo del título primero: 'Desde el Jueves Santo, celebramos los divinos Oficios, hasta el Sábado siguiente después de tocar á Gloria, no podrán andar carruages por las calles, ni hacer ruidos, exceptuándose para lo primero algún caso urgente, previa licencia de la autoridad'.
Además, y esto es importante para nosotros, el apartado quinto del mismo título dice textualmente: 'En las procesiones se guardará por los concurrentes el órden y compostura debidos, y en todo caso se prohibe andar por las calles con tambores, fuera de los pocos que, con permiso de la autoridad, distribuya la Hermandad del Carmen, y aún éstos irán solamente en la procesión'.
Esto indica, según nuestra opinión, que la Cofradía del Carmen, creada en 1.606 en la ermita de su nombre, tenía la exclusiva de dar los tambores para los desfiles y que los particulares no podían tocar los suyos bajo ningún concepto. Por tanto, la primera vez que sabemos que se 'zurre' el tambor en Mula es de manos de una prohibición, impuesta por quien puede hacerlo: el Ayuntamiento de la villa, en poder de hidalgos venidos a menos; prohibición que, como se verá, será algo reiterativo en el siglo XX. Y es que la 'cultura culta' no gustaba de los ruidos que salían de las artesanales cajas.
Tampoco gustaba esa cultura de otras manifestaciones populares, concretamente intentaba 'meter en cintura' a los diversos nazarenos, muy unidos, como después se dirá, a los tambores. Por eso en el apartado sexto del mencionado título se lee: 'Igualmente se prohibe que las personas vestidas de nazareno vayan por las calles fuera del acto de dirigirse a las Iglesias, abteniéndose siempre de toda algarada á estilo de máscara, y de cualquier otros desórdenes, muy ajenos de la devoción que debe resaltar en tales días'.
Esos curiosos personajes formaban parte de la parafernalia muleña del tiempo de Semana Santa, desde, como mínimo, finales del siglo XVII, cuando los defiles procesionales definitivos estaban totalmente consolidados en Mula, En 1.695, el alcalde mayor da un decreto que dice '... que por quanto de vestirse diferentes vecinos desta villa y otros mozos de tunicas nazarenas y questos anticipadamente y cubiertos con los capirotes desde medio dia para asistir a las procesiones y dello resulta andar vagando por las calles y casas desta villa con inquietudes y otras cosas indecentes a el servicio de Nuestro Señor (...) Para escusar semejantes abusos e inquietudes (...) mandó su merced se publique que ninguna persona de esta villa vestido con tunica hasta tanto no se toque la campana o campanas para las procesiones pena de treinta dias de carce e de mil maravedis de condenacion aplicados para la cera de las hermandades que asisten a las procesiones y que pagaran a los miembros'.
Al año siguiente se vuelve a pregonar la prohibición señalada y se añade que los que vistan con ropa de nazareno deberán llevar elementos distintivos de que van para el desfile, como hachas de cera, incensarios y horquillas para las andas de los tronos. De los tambores ni una palabra, síntoma evidente de que todavía no existían.
La verdad es que tenía que ser muy tentador para los mozos, embutidos en sus túnicas y con la cara tapada, ir dando palique a las muchachas, que lo aceptaban, ante el escándalo de los sacerdotes y del poder civil.
Con el tiempo, la tamborada y los nazarenos serán una sola cosa, un todo indivisible, que hará que la Semana Santa de Mula goce de una originalidad única en la provincia de Murcia.
Volviendo a la tamborada, es curioso que la primera 'Historia de Mula', publicada en el año 1.886, al hablar de las costumbres de la localidad, reseñe algunas como el 'desperfollo' del maiz, los ramos del Domingo de Resurrección en las rejas de las amadas, las rondas de los mozos en las noches primaverales, o los 'juegos' invernales, manifestaciones corrientes, por otro lado, en cualquier pueblo murciano hasta prácticamente la guerra civil. Sin embargo, no menciona ni una palabra del toque de tambores, como si no existiesen, cuando ya se citan veinticinco años antes, según se ha dicho.
La explicación puede ser que ese apartado le fue facilitado entero al autor por caballeros poco degustadores del sonido de esas cajas. De hecho, estos señores darán frecuentes disposiciones desde sus puestos de primeras autoridades para contener la incontenible ascensión del gusto de batir tambores en los días de Semana Santa y, como dignos representantes de la buena sociedad de la villa, pondrían todos los medios a su alcance para frenar lo irrefrenable.
Otro año más, el Martes Santo, Mamenawer, y los que quisieron venir (este año: Serafín y mi hermana Polilla) nos fuimos a tocar un ratito el tambor. Gracias, Sera , porque hacia años, que no estaba tan a gusto, unos años porque no llegábamos a tiempo, otros porque no se podía ni entrar a la plaza, otros porque nos quedábamos arrinconados... Pero no , este año, ahí en medio del barullo, con todos los muleños, ahí, como tres muleños mas integrados, con las túnicas, el tambor en el aire porque no había forma de pasar... Gracias.
Mira que monos los dos...
Y la FAMILIA...
Y el Sera, super integrado en las costumbres, de la comunidad, lo mismo toca el tambor , que se viste de Huertano, que sale en el carnaval de Aguilas, que se va a la Feria de abril y se nos viste de Sevillana ( te estoy imaginando...jajajaja)
Y a la mañana siguiente....